Al principio de todo, los humanos rendían culto a Akros en los templos jorolitas que el propio Dios creador ayudó a diseñar, como el de Kitazh. Con el tiempo, y en los lugares alejados de dichos templos, la gente empezó a creer en los espíritus que albergaban las creaciones de Akros. Así surgió el animismo, como segunda religión, que resistió al paso del tiempo únicamente en los Mil Reinos y en el Khaz’Tiber. Con la Gran Rebelión, no solo fueron borrados del mapa los heterocromos, sino también sus creencias (aunque también fueran las de los humanos), pues se presentaron como unas creencias impuestas durante siglos. La religión jorolita era la del opresor, de modo que para Sahelia, manipuladora de la verdad, fue fácil modificar ciertos detalles y crear así la religión limerea. Existen más religiones, aunque marginales, como la que adoptaron los adeptos de la Luna en Mareas Rotas, los seguidores de Seth en el desierto, o los eruditos de la Forja Negra.
Antaño la religión monoteísta seguida por la mayoría del continente, hoy la religión jorolita ha perdido su esplendor. Fue la religión que sugirió el propio Akros, aquel al que venera. Los humanos rindieron culto a su Dios creador durante siglos, y eso era algo que tenían en común los humanos y los heterocromos.
Lo cierto es que la religión jorolita, al principio, tenía como único objeto de culto a Akros, el Dios creador. Este ayudó a crear los templos que le serían dedicados y desde donde le pedirían favores. Cuando el hermano gemelo de Akros envió a sus monstruos a la Perla, los templos se empezaron a decorar con esas criaturas y se ofrecían ofrendas en los altares para que Dios protegiera a los devotos. Los guerreros que se atrevían a ir en busca de esos monstruos para acabar con ellos solían llevar amuletos del Dios creador.
El siguiente elemento de la religión jorolita fue el de las Guardianas. Cuando Akros las eligió, fue fácil para los humanos ver el poder con sus propios ojos. Aquello en lo que creían era muy real. Y lo mismo pasó con sus hijos, los heterocromos.
Fue fácil que los que nacían cientos de generaciones después de la construcción del primer templo jorolita creyeran en las historias de las Guardianas y los secretos, pues el poder que habían legado a los heterocromos era real, y tenía que venir de alguna parte. Era visible. El fuego brotaba de sus palmas, el agua de sus dedos, hacían temblar la tierra y podían llamar al viento a su antojo.
Todo cambió con la Gran Rebelión que acarreó la caída de los heterocromos y su consiguiente expulsión del continente. La gente se encontró dividida. Los que se alzaron en armas empezaron a odiarlos, pero no siempre dejaron de creer. Al fin y al cabo, el poder de los heterocromos era inexplicable de otra manera. Entonces quedó un vacío. Los nuevos monarcas no podían permitirse proseguir con creencias impuestas por un enemigo que los había subyugado durante siglos. Así se abrió un hueco para una nueva religión, hueco que aprovechó la eterna Sahelia para imponer su propia versión. Y nació la religión limerea.
Los sacerdotes limereos organizaron una caza de brujas contra los hijos de las guardianas. Al principio fue fácil identificarlos porque llevaban los apellidos que habían otorgado a las guardianas. También fue fácil acabar con los sacerdotes jorolitas progresivamente, pues ya no estaban protegidos por los poderosos monarcas heterocromos. Sin ellos, los jorolitas se quedaron sin estandarte.
El poder de los elementos se perdió. Los hijos de las guardianas que aún viven se esconden y los pocos que saben lo que son evitan usar su poder para que nadie sospeche de ellos. Por eso ya son muy pocos los que aún creen. Porque el poder de los heterocromos dejó de ser visible. Porque ya nadie los ve. Sus hazañas no son más que canciones, cuentos o leyendas. Y, sobre todo, porque Sahelia se encargó de que el continente quemara toda huella escrita de textos jorolitas.
Hoy en día, solo se cree en el Joról en las remotas islas del borde, donde se exiliaron los heterocromos supervivientes de la Gran Rebelión. En los círculos más letrados o en selectos clubes de conspiradores, en monasterios disidentes o incluso en sectas de miembros desequilibrados todavía se habla de Akros y de las Guardianas, pero en susurros, pues el poder e influencia de la Iglesia Limerea no tiene parangón.
Según el Joról, Dios creó al hombre primero, a modo de borrador. Después, a sabiendas de lo que había hecho mal, creó a la mujer. Muchos miles de años después, cuando necesitó ayuda y estimando que las mujeres le habían salido más responsables, decidió legar el secreto de cada uno de los elementos a cinco de ellas que eligió personalmente.
Así se convirtieron en las Cinco Guardianas. Les fue otorgado el secreto del aire, del fuego, del agua, de la tierra y del rayo. A partir de ahí la historia de lo ocurrido se divide en dos versiones distintas.
Dios fecundó a cuatro de ellas, dejando de lado a la guardiana del rayo. Los hijos de las cuatro guardianas heredaron el poder de sus correspondientes elementos, y tenían los ojos de colores distintos, o con trozos de varios colores. La Guardiana del Rayo, al no tener descendencia, decidió revelar su secreto a los pueblos que ella decidiera. Al susurrar el secreto a una tribu de las Llanuras, provocó una guerra entre ella y las otras cuatro Guardianas. Ésta es la versión en la que creen una mayoría de jorolítas.
Otra versión, en la que creen los jorolítas virgos, cuenta que en realidad Dios no fecundó a ninguna de ellas, sino que ellas procrearon por sí mismas y el don de los elementos se transmitió en cada uno de sus linajes. Sin embargo, la Guardiana del Rayo era infértil, conque jamás tuvo hijos, y entonces decidió legar el secreto de las nubes a un pueblo que ella misma eligió.
Los nombres de las cinco guardianas son: Elana Escuela; Galata Gea; Beane Borea; Ileria Ignos y Kida Katai.
El Joról es el libro sagrado, la voz del Akros plasmada en papel de vitela. Son las escrituras sagradas dictadas por los primeros hijos. Darwen, el primer hijo del fuego. Windia, primera hija del viento. Poseya, primera hija del agua. Goyor, primer hijo de la tierra.
Creen en los hijos de las guardianas. Creen que ellos tienen que ser los profetas y los encargados de traer la paz, pues tienen el poder de los elementos que les fue legado por sus madres. Por sus venas corre sangre divina.
También creen en la paz de los elementos, como fue llamada la larga era que siguió a la conquista del continente. Los siglos de reinado de los monarcas heterocromos es el argumento que usan más frecuentemente los fieles para llamar a la vuelta de los hijos de las guardianas y traer de nuevo la paz que destruyeron los hombres alzándose en armas.
En cuanto a símbolos, los de los elementos eran grabados en los frontones de los templos, a veces todos juntos, a veces individualmente, cuando un templo estaba dedicado a una sola guardiana.
La parte sobre el destino final concluye el Joról, aunque algunos sacerdotes alegaron que esto jamás fue dictado por los primeros hijos heterocromos, sino mucho después.
Según las escrituras, el espíritu de la persona fallecida es extraído y se coloca en la balanza de nubes de Kida Katai. Si el alma del juzgado pesa más que las nubes, entonces Kida lo envía al Averno Tormentoso. Si pesa menos, entonces pasa ante los ojos de las otras cuatro guardianas, y una de ellas lo toma para su siguiente vida. Si las cuatro quieren tomarlo, entonces se reencarna en humano. Si lo toma Borea, se convierte en ave; si lo hace Ignos, se convierte en espíritu; si lo hace Gea, revive como gusano, serpiente o mamífero; si lo hace Escuala, se reencarna en pez o crustáceo.
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